Gastón Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- De manera silenciosa y a todas horas del día o de la noche, cientos de migrantes de al menos 15 países del mundo llegan a esta ciudad, solos o acompañados de sus familias, en busca de una visa humanitaria o asilo político en Estados Unidos por situaciones de persecución, racismo, tendencias políticas o de género, y convierten a esta ciudad en una peligrosa olla de presión que puede colapsar en cualquier momento, advierten autoridades y responsables de los pocos refugios que ya rebasan su escasa capacidad.
Son cerca de dos mil los migrantes, de los que cerca de 600 son atendidos en el refugio municipal, 350 en la Casa del Migrante ‘Nazareth’, de origen católico, y otros 400 en la casa AMAR, atendida por un pastor evangélico, además de los que deambulan por las calles sin un lugar fijo donde quedarse.
“Se trata de una llegada silenciosa porque son muchos y no vienen en una caravana por ser grupos muy pequeños que no son controlados por ninguna autoridad, y se trata ya de una emergencia porque no hay donde meterlos”, señala con preocupación el obispo de esta ciudad, Enrique Sánchez Martínez, de quien depende la casa ‘Nazareth’.
Llegan desde Cuba, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Perú, Venezuela, Brasil, Panamá, y países tan distantes como Congo, Camerún, Guinea, Eritrea, Pakistán, Afganistán, Siria y hasta Nepal, además de los mexicanos.
Ya no contratan los servicios de un ‘coyote’ porque para cruzar la frontera, ahora piden una visa humanitaria a México en la frontera sur para ingresar de manera legal al país, llegar a la frontera norte y solicitar la visa humanitaria o el asilo político del gobierno norteamericano, mientras esperan en numerosas oleadas en los albergues que ya saturaron, o en las calles en donde piden ayuda económica a los habitantes de la ciudad.
Crisis humanitaria
Dice el obispo que de llegar una caravana más a la ciudad habría serios problemas para todos porque ya existe una crisis humanitaria no declarada, al seguir llegando decenas de migrantes y no hay lugares donde atenderlos, por lo que el gobierno federal debe disponer de recursos y estrategias para su atención.
“Esta ya es una crisis humanitaria y económica, y el problema se vuelve muy complejo porque si los migrantes piden dinero en las calles es porque es un signo de que ya estamos rebasados y algo serio está ocurriendo”, señala.
Por su parte, el pastor Aarón Méndez, director de la casa AMAR, ratifica lo que dice el obispo: “Ya es una crisis humanitaria la que estamos viviendo aquí porque hace falta mucho alimento, lugares donde se queden alejados del peligro, hace falta higiene y hay muchos problemas de salud, lo que puede generar en epidemias, y eso nos preocupa porque muchos se quedan aquí por meses”, señala.
Hace unos días se dio a conocer una noticia que alarmó y puso en estado de alerta a las
autoridades, al circular en algunos medios de comunicación que había brotes de Ébola entre la comunidad africana, lo que fue desmentido por médicos de la ciudad, pero podrían ocurrir brotes de otras enfermedades, como advierte el pastor.
El alcalde Enrique Rivas Cuellar está preocupado también por esta situación, tanto que ha solicitado el apoyo del gobierno federal porque su gobierno ya fue rebasado por este fenómeno que nunca antes se había visto en la ciudad, con el arribo de cientos de migrantes que no son centroamericanos, por lo que estima que podría solicitar la aplicación del Plan DN3, para que el Ejército Mexicano se haga cargo de la problemática.
“El llamado que hacemos es para que el gobierno federal participe y reaccione, para darle una pronta solución a este asunto, que no se salga de control y pueda provocar un cierre de los puentes internacionales en el lado norteamericano, y empeore la situación”, expresa muy preocupado.
Reconoce que su gobierno ya no tiene la capacidad ni los lugares para recibir a tantos migrantes que siguen llegando de todas partes del mundo, por lo que giró indicaciones a la dirección de Protección Civil para que los migrantes sean atendido de manera humanitaria, para que no se afecte la vida cotidiana de los ciudadanos, y no haya motines como los que ya ocurrieron en Tijuana, Piedras Negras, Reynosa y en Tapachula.
“Estamos al máximo de capacidad en los albergues y ya no podemos recibir un solo migrante, y eso ya es preocupante”, reitera el funcionario, quien teme que por la gran cantidad de extranjeros que ya hay en la ciudad, se pueda provocar una estampida en los puentes internacionales con intenciones de cruzar la frontera de manera violenta, lo que afectaría las relaciones con Estados Unidos.
Situaciones de conflicto ya han ocurrido en algunos albergues, razón por lo que han sido expulsados algunos africanos y cubanos, incluso mujeres con sus hijos, y otros que recién llegan ya no son aceptados, por lo que las reglas en los refugios son muy estrictas para evitar brotes de inconformidad o de violencia.
“Papi…papi, soy migrante africano”
A diferencia de los centroamericanos y los mexicanos, los migrantes de Cuba, Venezuela y de África tienen cierta preferencia al solicitar una visa a Estados Unidos, en parte por las razones de su éxodo, en parte por su raza, y en parte por razones políticas y económicas que agilizan los trámites.
Algunos cubanos y africanos llegaron en avión desde sus países, se hospedan en hoteles y realizan recorridos por las tiendas y calles de la ciudad. Andan bien vestidos, comiendo en restaurantes y caminan con despreocupación por la zona centro de la ciudad, muy cercana a los puentes internacionales.
En cambio, los que no tienen dinero y tardaron varios meses en llegar a esta frontera, piden caridad y ayuda económica a los automovilistas y transeúntes, ya sea porque fueron asaltados en el camino, o porque salieron de sus países con poco dinero.
“…oye papi, soy migrante de África…ayuda”, dicen decenas de africanos que portan en sus manos un cartel solicitando ayuda económica al no hablar español.
Algunos solos y otros acompañados de sus esposas e hijos; otros se colocan en las afueras de centros comerciales solicitando la misma ayuda con carteles, ya que no hablan español, solo sus lenguas nativas, portugués o francés.
El grupo de los cubanos se distingue del resto. Algunos no quieren ir a los refugios y se hospedan en hoteles porque traen algo de dinero o lo solicitan a sus familiares que ya viven en algún lugar de Estados Unidos.
Son sectarios y algunos hasta arrogantes, sabedores de las preferencias que les tiene el gobierno de Donald Trump, y por su nivel académico que los ubica por encima del resto de los migrantes, más ahora que las relaciones diplomáticas con el régimen castrista de Cuba pasan por otro momento ríspido, y quienes solicitan asilo político no comparten la ideología socialista del régimen cubano.
Por estar saturados los pocos espacios para dormir, los migrantes pobres viven en pequeños campamentos integrados por decenas de tiendas de campaña mal ordenadas y que asemejan más que un refugio, un campo de concentración de la posguerra.
Ahí, entre ropas mojadas y tendidas sobre largos lazos al sol, los migrantes hacen malabares para poder cruzar los laberintos de las pequeñas carpas instaladas sin ningún orden, y afuera de ellas decenas de mujeres tienen sus miradas perdidas en el vacío, en larga espera de la tan ansiada visa, mientras sus pequeños hijos juguetean sin importarles las barreras del idioma.