Tiempo de Opinar
Raúl Hernández
Los tiempos pasados no siempre fueron mejores que los presentes. Fueron, eso sí, diferentes.
En los tiempos del profesor Pedro Pérez Ibarra, el desfile del Día del Trabajo era una fiesta cívica, con miles de participantes -20, 25 mil o más, hace más de 30 años, en una población de 245 mil habitantes- y eran una oda a la libertad de expresión. A través de mantas, los obreros protestaban por las altas tarifas de energía, exigían vivienda barata y digna, denunciaban la carestía, la inseguridad. No había represión oficial, a los obreros se les concedía el derecho del pataleo.
Al frente del contingente de los obreros marchaba Pérez Ibarra, acompañado de sus secretarios generales. Ahí estaban Armando Hernández, Lorenzo Sierra, José María Morales, Julio Arévalo, Homero Salinas, La Cocora Ramos, Atilano Cázares, Bernardino Vaquera, Domingo de la Cruz, Daniel Raygoza, En primera fila también marchaban autoridades municipales y el representante del gobierno estatal.
Los miembros de cada sindicato marchaban vistiendo camisetas mandadas hacer para la ocasión y al frente de cada contingente una manta con leyendas con las demandas especificas. Eran leyendas decididas por varios obreros, que buscaban frases cortas, digeribles, pegadoras.
Las muchachas de las maquiladoras no solo desfilaban, también se ocupaban de aprender alguna rutina de baile, para dedicársela a los dirigentes que ocupaban el estrado de honor.
Muchos contingentes llevaban al frente un vehículo desde el que se esparcía alguna melodía musical de moda, sin importar que fuese en español o en ingles, lo que se buscaba era transmitir alegría.
Las familias de los obreros acudían a ver desfilar a sus papás e hijos. Se alineaban a lo largo de las calles por donde caminaba el contingente y les dedicaban aplausos, porras, vivas. Era una fiesta popular, igual a los desfiles escolares del 16 de septiembre o del 20 de noviembre.
Hoy la CTM no es la sombra de lo que fue. Sus líderes ya no tienen el poder inmenso que tuvo Pérez Ibarra que durante casi cinco lustros impuso alcaldes, diputados, regidores, funcionarios federales, estatales y municipales.
La CTM tenía un asiento en muchas dependencias públicas, lo mismo el Seguro Social, el Infonavit, la consultaban las universidades, los consorcios empresariales, etc.
Cuando no existía el INE y las elecciones las organizaba la Secretaría de Gobernación, de la CTM salían funcionarios de casillas y representantes del PRI ante las mismas. Los funcionarios de casillas eran disciplinados, se capacitaban, llegaban temprano a abrir e instalar la casilla y se iban hasta terminar de contar las boletas y cerrar los paquetes.
Cuando no lo dejaban imponer alcaldes, apoyaba a los opositores, como paso en 1974, cuando no estuvo de acuerdo en que el gobernador Enrique Cárdenas González impusiera a su compadre Francisco Cortés, quien perdió la elección.
Diez años después, desde la Secretaría de Gobernación se impuso como candidato a Ricardo de Hoyos Arizpe y Pérez Ibarra aceptó, pero exigió ser el candidato a diputado local.
Pérez Ibarra hizo uso discrecional de la mejor arma que en el pasado tuvieron los sindicatos: la huelga, es concepto que el sindicalismo local ya n sabe qué es y mucho menos lo ejerce.
En febrero de 1984 la CTM estalló en un solo día más de 250 huelgas, que incluyeron el servicio público de limpieza y el transporte público y ahí sí la respuesta del Estado fue brutal: utilizó porros que rompieron las huelgas, que intentaron incendiar las instalaciones del periódico Laredo Ahora, propiedad del líder cetemista y un grupo de provocadores atacó a tiros la casa de Pedro Pérez Jr.
Pérez Ibarra no era dejado. Usaba el poder para enfrentar a sus adversarios, los pocos que se atrevían a tanto.
En 1989, el líder obrero quiso ser candidato a la alcaldía. Hubo una contienda interno en la que además de él participó el agente aduanal Héctor Bolaños. Se decidió escoger al candidato en una elección abierta y en plena votación el grupo cercano al profesor entró en pánico, convencidos de que Bolaños iba ganando y lo convencieron de reventar la jornada, robando urnas.
Cancelada la elección, resultó que Pérez Ibarra iba arriba, en una proporción de 4 a 1. Desde Victoria, el gobernador Américo Villarreal Guerra decidió que el candidato fuera Horacio Garza Garza. Pérez Ibarra aceptó, pero con la condición de nombrar a la planilla de síndicos y regidores, a lo que aquel se opuso. En cambio, esas condiciones si las aceptó Arturo Cortés Villada, que era administrador de la Aduana.
Pérez Ibarra era tan poderoso que políticos, empresarios y representantes de la sociedad no resistían la tentación de conocerlo personalmente.