—Los centroamericanos son rezagados al último–
Gastón Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- En una larga fila humana que corre por varios metros sobre la banqueta peatonal del puente internacional uno de esta frontera, medio centenar de cubanos, africanos y venezolanos, y algunos mexicanos, esperan de manera impaciente ser llamados por el gobierno de Estados Unidos con la finalidad de obtener una visa humanitaria o de asilo político.
Ante al indiferencia de cientos de personas que pasan a su lado, estos migrantes que huyen de sus países por diversas razones, tienen varios días esperando ser llamado, mientras que justo en la mitad del puente pero en el lado estadounidense, dos guardias armados de Aduanas y Protección Fronteriza vigilan sus movimientos.
Jeni es una joven africana originaria de El Congo. Llegó hace tres días al puente y desde entonces no se mueve, pero debido a las bajas temperaturas y al cambio brusco en el clima, su asma se le complicó y ha ido varias veces a un hospital para su atención.
No habla español, pero a señas dio a entender que ninguna autoridad le ha dado su apoyo a pesar de viajan desde su país con sus tres hijos, y molesta, mencionó que la única ayuda que recibe es del hospital en donde la atienden.
Mónica Prieto es una mujer venezolana que también esperaba pacientemente desde hace una semana ser llamada para solicitar una visa de asilo político, y desde hace tres días están en espera a que les llamen, pero el inesperado frío la sorprendió en medio del puente internacional.
Viaja con su madre de 78 años de edad, y desde el miércoles se encuentran en el puente internacional en espera de asilo político, ya que en Venezuela está amenazada de muerte debido a que pertenece a un grupo disidente al presidente Nicolás Maduro.
“Estamos amenazadas de muerte porque somos activistas opositoras y porque apoyamos a Guaidó, pero ya no vamos a regresar si pasamos a Estados Unidos, porque a mi esposo lo golpearon y me apuntaron con un arma en la cabeza, y por eso me daría mucho miedo regresar a Venezuela”, expresó temerosa la mujer, mientras su madre escuchaba con atención la entrevista.
A un lado de ellas, sentadas en la banqueta de cruce en el mismo puente.
Otro grupo de venezolanas con tres días de espera en el puente, cansadas y abrazadas a unas cobijas trataban de mitigar el fuerte frío que a esas horas de la mañana se sentía con más fuerza en este lugar arriba del río Bravo.
Una de ellas había estado ya en uno de los albergues, desde donde se trasladó al puente porque le dijeron que sería más rápido desde este lugar, cruzar para solicitar asilo político.
“Nos anotamos en una lista y nos llamaron, y solo esperamos que nos llamen”, comentó mientras su pequeño hijo sacó su cabecita de entre un montón de cobijas, ya que el frío era intenso en esos momentos.
“Ya queremos pasar, ya estamos cansadas de la situación que pasa en Venezuela y se nos ha hecho muy difícil huir, pero ya no queremos regresar porque tenemos familia en Texas”, explicó.
Las entrevistas se desarrollaron a lo largo de esta enorme hilera humana en la que algunos dormitaban y otros nerviosos, caminaban de un lugar a otro en espera de que les llamaran, pero siempre bajo la fría mirada de los agentes de Aduanas, la indiferencia de los caminantes que iban a la vecina Laredo, y como marco las alambradas de filosas navajas colocada en medio del cruce.
Pero lo curioso de esto es que casi la totalidad de estas personas son cubanos o venezolanos, y algunos africanos con apenas tres días de haber llegado a la ciudad, mientras en los albergues los centroamericanos y africanos pobres, tienen hasta seis meses de haber llegado a la ciudad sin que se les haya llamado para la solicitud de isa o de asilo.