Gastón Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Raúl De la Cruz y Florencio López no se conocen, aunque venden sus productos en el mismo mercadito de artesanías que desde hace dos semanas se instaló en esta ciudad, pero ambos tienen en común que más que artesanos son artistas que trabajan con sus manos el cuero y la madera para hacer trabajos de muy alta calidad.
En Matías Romero, Oaxaca, del rancho ‘Palomares’, Raúl trabaja desde hace mucho tiempo un oficio que le enseño su padre, y a su padre su abuelo, y que consiste en cortar a mano muchos metros de baqueta, la que después rebana de manera fina para fabricar huaraches artesanales, un calzado que dice, no le gusta a muchos mexicanos porque consideran que solo lo usan los ‘indios’, pero dice Raúl que se trata más que un producto, una tradición cultural que ha pasado de generación en generación en su familia.
Poco a poco su trabajo artesanal ha ido ganando mercado no solo en los lugares que ha visitado en México, sino en la frontera norte en donde muchos ‘pochos’, como él llama a los mexicanos que viven en Estados Unidos, viajan a los municipios fronterizos como Nuevo Laredo, para comprar su calzado que es muy apreciado en el vecino país.
“Desde niño hago este tipo de huarache, y mis abuelitos ya lo hacían. La baqueta la cortamos, la pintamos y la tejemos nosotros con nuestras manos, y ya elaborado lo vendemos en diferentes lugares”, dice Raúl de 46 años de edad.
Su calzado es de diferente tipo, tanto para hombres como para mujeres, y es una tradición que rebasa los 50 años entre su familia, y aunque seste negocio ya no es muy productivo debido a la competencia y mala calidad del calzado chino, que es más barato, lo sigue trabajando porque es lo único que sabe hacer, y porque le gusta hacerlo.
Once meses al año viaja por diferentes lugares del país para mostrar y vender su producto artesanal que a veces se aprecia poco porque se ignora que se hace con las manos, y desde hace 20 años que visita esta ciudad.
Su alzado lo vende desde 150 pesos hasta 300 pesos y un poco más, y mientras se desarrolla la entrevista, toma un calzado de dama y otro de caballero, y los muestra al reportero, a quien dice que el precio es bajo a pesar de la calidad con que es terminado.
Debido a su experiencia de muchos años, a Raúl le toma una hora hacer un par de huaraches, ya cortado, pintado y tejido, listo para su venta, oficio al que se dedica toda su familia, la que al igual que él, viaja en marcaditos por todo el país, y en algunos lugares se encuentran para saludarse y convivir.
Al iniciar agosto se va a Reynosa, municipio en donde se presentarán los voladores de Papantla y algunos otros grupos, gracias al apoyo de la alcaldesa de ese municipio.
Un artista de la madera
El caso de Florencio también es de destacar. Trabaja la madera para hacer diferentes artefactos como juguetes, adornos y otros productos finamente trabajados con base en una tradición de muchos años que su familia aprendió de sus padres y abuelos en Zacatlán, Puebla.
Al igual que Raíl, Florencio se instaló en este mercadito ubicado en la plaza Hidalgo, en donde vende estos típicos productos artesanales mexicanos, y lo mismo hace un carrito que un animal, un juguete o un adorno, los que son completamente hechos a manos y pegados, sin utilizar remaches o metal.
También se queja de que los juguetes chinos, a pesar de su baja calidad, son más vistosos porque tienen luces y usan pilas, y por lo mismo duran menos, “pero lo que hacemos forma parte de una larga tradición mexicana, y la seguimos haciendo para que no se olvide entre los mexicanos”, explica.
Uno de sus productos, un juguete para niños lo hace en tres horas, ya que es muy laborioso tallar y darle forma a la madera, pero dice que para hacerlo se deben tener nociones de cierta ingeniería al hacer un modelo de vehículo a escala, además de la imaginación.
A pesar de la competencia, dice Florencio que sigue trabajando este tipo de productos debido a dos cosas: La necesidad y el hambre, “porque si no tuviera hambre seguro que ya no lo haría”, explica.