Tiempo de Opinar
Raúl Hernández
Se usan mediáticamente
-Echarse confeti puede ser perjudicial
Tiempo de opinar
Raúl Hernández Moreno
12-marzo-2025
Semanas antes de las elecciones del 2 de junio de 2024, la empresa encuestadora Massive Caller daba como favorita para ganar a la candidata de la alianza opositora, Xóchitl Gálvez con 39.9 por ciento de las preferencias ciudadanas y 38.7 de la candidata oficial, Claudia Sheinbaum.
Fue la única encuestadora que vio ganadora a Xóchitl, de un universo de unas 30 empresas, desde serias, de medio pelo y patito.
Al final, Claudia arrasó con una ventaja de 32.31 por ciento, o en números fríos, 35 millones 924 mil 519 votos contra 16 millones 502 mil 697 de la opositora.
Massive Caller se hundió en el desprestigio, arrastrada por el pasado panista de su propietario que no se cansa de decir que militó en el PAN, pero ya no está ahí.
Si Massive Caller cayó en el desprestigio, la realidad es que el ciudadano de pie tiene una muy mala percepción de las encuestadoras: está convencido de que estas colocan en el primer lugar a quien paga más.
Para colmo, los que compran encuestas encima les gusta lanzarse en una alberca llena de confeti y presumen sus inversiones con el dicho de que son “el mejor”, el “número uno”, que, aunque lo digan claro y fuerte, pocos les creen y la respuesta ciudadana a esta incredulidad es “si ese es el mejor, ¿cómo estarán los peores?”. Elogio en boca propia suena a vituperio.
En el 2013, el entonces presidente municipal de Matamoros, Alfonso Sánchez Garza, pagó para figurar en una lista de los 10 mejores alcaldes del mundo, lo que no impidió que, al concluir su trienio, su partido perdió la alcaldía. Lo lógico es que, si eran tan popular y querido, su partido arrasara en las urnas, pero la ciudadanía no le tuvo confianza y voto en contra.
Las encuestas se han convertido en un instrumento mediático. El grueso de los ciudadanos, no las creen y por eso ni siquiera las toman en cuenta, ¿para qué, si dicen mentiras?
Estamos convencidos de que las encuestas, hechas de manera profesional -y entre más profesionales, más cuestan- sí sirven, pero deben ser para consumo interno, que permita la toma de decisiones. El que es bueno en un área, no necesita presumirlo.
Tampoco es necesario mentir y presentar como histórico o inédito, tal o cual suceso, haya o no antecedentes. Cuando Horacio Garza era alcalde, todos los días daba audiencias públicas y privadas, Los ciudadanos sabían que, si querían hablar con él, de cualquier tema, sin cita previa, sólo debían asistir a la presidencia y esperar a que dieran las dos de la tarde, minutos más, minutos menos, y las puertas de la oficina del presidente se abrían para atender a quién estuviera haciendo antesala.
Para ser atendido, a los solicitantes no se les exigía vestimenta formal, ni ser directivo de alguna asociación civil, ni ser conocido: a todos se les atendía. Años después hubo un alcalde que, durante varias semanas, un día a la semana, recibía a los ciudadanos y lo publicitó como “por primera vez en la historia de Nuevo Laredo”. No sabía de las audiencias de Horacio o de la apertura que en su momento promovió el gobernador Enrique Cárdenas González que alguna vez se salió de un café y se fue a la plaza Hidalgo a atender y escuchar a la gente, porque hubo un tiempo en que los gobernadores no se movían en medio de decenas guaruras que impiden el acceso de los ciudadanos. Al contrario, les gustaba mezclarse con la gente, saludarla, tomarse la foto, abrazarlos, cruzar algunas palabras. Hasta Emilio Martínez Manatou dejaba que la gente se le acercara.