Gastón Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Cansadas, enojadas y aún con el recuerdo de haber sido víctimas de las pandillas que asolan las regiones más marginadas de Honduras, un grupo de mujeres de ese país viajaron durante varias semanas hasta esta frontera, para encontrarse con un muro más sólido que el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump; el de la frustración y el temor.
Allí, en el albergue para migrantes de la Casa AMAR se encuentran en espera de que el milagro ocurra, pero luego de varios meses para algunas de ellas, nada ocurre y la espera se hace más tediosa, más cansada y más frustrante.
Es el caso de Fátima, una mujer embarazada de 23 años de edad, quien junto a sus dos niñas, su esposo, su hermana y su esposo así como dos hijos, dejó su país el 13 de octubre del año pasado para llegar a esta ciudad el 12 de febrero.
“Busco un bienestar para mí y para mis hijos, lo que nunca encontré en mi país”, dijo la joven mujer sentada en el borde de una jardinera del albergue AMAR, de esta ciudad, mientras sus dos pequeños hijos jugueteaban ajenos al drama que les envuelve.
Y es que dejar Honduras nunca estuvo en los planes de Fátima, ya que aunque ella era trabajadora doméstica y ocasionalmente mesera, y su esposo empelado en una vulcanizadora, trabajo no les faltaba pese a la baja paga.
Sin embargo, mencionó que el trabajo escaseó mucho y el salario es bajo, por lo que se decidió salir de su país porque las pandillas de la Mara Salvatrucha amenazaron de muerte a su esposo y a su familia, al quererlo obligar a trabajar con ellos, de otro modo lo matarían.
Pero la tragedia ya la acompaña desde antes. Un hermano suyo fue asesinado por esa pandilla, y en su peregrinar a esta frontera el surgimiento, el hambre, las extorsiones y las amenazas de pandillas mexicanas los sumieron en la depresión y el terror, porque pensaron que al deja Honduras todo eso se quedaría atrás, pero no fue así.
Mencionó que salieron al mismo tiempo que la segunda caravana de hondureños, pero que no viajaron en ella porque vieron que había mucha desorganización y violencia, por lo que espera ser llamada por el gobierno de Estados Unidos con una visa humanitaria.
De entre un tendedero de ropa recién lavada surge Valeria, una joven hondureña que ingresó a México de manera indocumentada, y que durante varias semanas se dedicó a la venta ambulante de dulces regionales en Tapachula, Chiapas, en donde sufrieron la extorsión de bandas de delincuentes, por lo que teme ser secuestrada como le ha ocurrido a otras mujeres como ella.
“Tengo mucho miedo de ser secuestrada porque me enteré que aquí hay muchos tratantes de blancas, y ese es el temor que tenemos todos los migrantes que entramos a México”, señaló mientras otras mujeres escuchaban atentas la entrevista.
Y es que cuando llegaron a esta ciudad todo marchó bien, hasta el momento en que se dirigieron al albergue, porque vieron un grupo de delincuentes que se querían llevar a varios migrantes como ella, pero no lo lograron.
Ruth Trochas es también parte de este grupo de hondureñas. Ella es viuda con dos hijos, y tiene más de 8 meses de haber ingresado a México, pero al igual que Fátima y Valeria, la delincuencia y la inseguridad la expulsaron de su país.
Carol García también es de Honduras y llegó sola con sus dos hijos desde hace medio año, cuando ingreso a México con intenciones de cruzar la frontera con destino a Estados Unidos, porque cuenta con visa humanitaria del gobierno mexicano.
Yadira Jiménez es hondureña al igual que las demás entrevistadas, y hace casi un mes que llegó a Nuevo Laredo al lado de su esposo y dos hijas, pero una de ellas enfermó de neumonía por el intenso frío que se ha sentido en la región.
En este grupo de mujeres se encuentra la nicaragüense Azucena López, quien salió de su país por motivos políticos debido a las revueltas sociales que se manifiestan en contra del gobierno de Daniel ortega.
Llegó con sus dos hijas pero junto con otros 10 integrantes de su familia. “Es muy difícil llegar hasta aquí porque corremos el riesgo de ser secuestrados o ultrajadas como mujeres que somos. Y es que nos asaltaron en el camino y nos robaron documentos en Chiapas.
Aunque ninguna de ellas se conoce, todas llegaron huyendo de la violencia y de la inseguridad que asola a Honduras, El Salvador y Guatemala, y huyeron cargando solo lo indispensable, ya que la desesperación y el temor a las pandillas.
Esto ya es considerado por la Agencia de la ONU para Refugiados en Tapachula, Chiapas, como una crisis de refugiados, porque año tras años la cantidad de migrantes de ese país aumenta. Como dato está el que en el año 2016 más de 400 mil hondureños fueron detenidos al intentar cruzar como indocumentados la frontera.
Aunque llegaron con hijos, algunas embarazadas y otras sin ánimo de seguir, para todas, su destino terminará en esta frontera, pero aún con la esperanza de que su sueño, el tan ansiado sueño americano se convierta en realidad…algo que en este momento solo es pesadilla.