Gaston Monge
Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Dejar Honduras no estaba en los planes de Josué, mucho menos el pensar que sería secuestrado en México, pero las amenazas de muerte por no enrolarse en las filas de la Mara Salvatrucha le hizo no pensarlo mucho, y abandonó el país junto con 8 integrantes de su familia, entre ellos su esposa embarazada.
Su historia inicia cuando tuvo que dejar de trabajar por el temor a ser secuestrado y enrolado por esa peligrosa pandilla de delincuentes que lo buscaba para que trabajara para ellos en la capital hondureña, tal y como lo hacen con los cientos de jóvenes que lo hacen para que sus familias estén a salvo.
“Eran de la pandilla la 18, y querían que trabajara para ellos, pero no lo hice porque no quería abandonar a mi familia”, dice mientras se enjuga los ojos con una de sus manos y voz temblorosa por la frustración de haber abandonado su pueblo y su país.
Su vida era normal, ya que trabajaba como talachero arreglando llantas a los automovilistas en la ciudad, y así lo hizo durante cuatro años, hasta que las pandillas dieron con él y quisieron llevárselo, pero se negó bajo amenazas de muerte.
Esta práctica de las pandillas es algo muy común en El Salvador y Honduras, al grado que asesinan a quienes se niegan a enrolarse con ellos, “pero me negué porque tengo familia y tengo hijos que criar, por lo que me dijeron que si no trabajaba para ellos mi familia lo iba a pagar, por lo que una noche salimos todos y nos dirigimos hacia México”, explica.
El éxodo
Fue durante una oscura noche en que Josué y 8 integrantes de su familia salieron de Honduras rumbo a México, y con algo de ayuda y de dinero, emprendió el éxodo desde fines de noviembre del año pasado, aunque refiere que antes de tomar esta decisión, fue secuestrado, golpeado y amenazado por La Mara, pero como pudo escapó de sus captores, razón que le hizo abandonar su país.
“Fue algo muy horrible, por lo que salimos de Honduras rumbo a Guatemala, y de allí a México por Tecun Umán hasta Tapachula, en donde tuve solo unos problemitas, pero salimos adelante todos y seguimos juntos pueblo tras pueblo caminando y en raid…ya se imagina a mi esposa embarazada y caminando muchos kilómetros durante todo un mes”, recuerda.
Cuatro niños y cuatro adultos siguieron el camino rumbo al norte, casi a la par de la caravana pero nunca entre ella, hasta que llegaron a Huixtla, Tonalá y Arriaga, en Chiapas, hasta que llegaron a Orizaba, Veracruz, luego de dos semanas de pesado caminar.
Ya en Tierra Blanca emprendieron el camino hacia Puebla, Estado de México y finalmente la ciudad de México, en donde pasaron muchos días y muchas noches durmiendo en las calles, pasando hambre, frío y mucho miedo.
Josué y su familia forman parte de los casi tres mil migrantes centroamericanos que fueron atendidos el año pasado en la casa del migrante `Nazareth`, atendida por la orden de los Scalabrinianos, cifra menor a la de un año anterior , tal vez por le extremas medidas del gobierno de Estados Unidos por impedir la migración indocumentada.
Luego de varios días decidieron salir rumbos al norte, ya que en su móvil Josué recibió algunas amenazas que lo obligaron a salir rápidamente de la ciudad de México, por haber violado la Ley de los Maras, que es trabajar para ellos.
Llegaron a Monterrey a ratos en camión y a ratos caminando, con el dinero que les daba la gente en su camino, y de allí se vino hacia esta ciudad adonde llegó en los primeros días de enero.
La odisea
Al llegar a una de las centrales de camiones de Nuevo Laredo, Josué y su familia bajaron y buscaron un transporte para ir a la Casa AMAR, lugar que les habían dicho alojaba y trataba bien a los migrantes extranjeros, pero no imaginaba la desagradable sorpresa que les esperaba.
Cerca de 10 hombres armados los interceptaron en la salida de la Central y les ofrecieron un taxi mientras los interrogaban.
–“Taxi, taxi?”…es la pregunta que les hicieron, y al acceder los llevaron a todos a dos vehículos con rumbo desconocido, luego de constatar que se trataba de centroamericanos y que buscaban la casa del Migrante.
“Nos secuestraron a todos pero en carros diferentes, y nos vendaron los ojos para que no viéramos por dónde íbamos, hasta que los metieron a una casa, y todos iban armados…y sentí que nos iban a matar a todos, y ya estaba destinado a ello porque nos habían dicho que nadie queda vivo de un secuestro”, explica mientras el llanto aflora en sus ojos oscuros y la voz le tiembla por la emoción de estar vivos todos.
Tal vez porque le pidieron dinero a la familia de su esposa y de la suya. Fueron seis mil dólares los que pagaron a los delincuentes, y eso fue lo que les salvó luego de 24 penosas y angustiantes horas, ya que de no pagar les cortarían las manos y les quitarían la vida.
Había otras personas en condiciones iguales, y uno de ellos le dijo: “Mira carnal, que si no pagan los van a matar…igual que a unos hondureños que se llevaron”.
Pero al pagar el rescate les dijeron que se fueran de la ciudad o se los volverían a llevar, por lo que desde ese día se fueron de la ciudad y nadie sabe en donde se encuentran…tal vez regresaron a Honduras, o ingresaron a Estados Unidos, nadie lo sabe.