Agencias
DURANGO, México (NYT).- El reverendo Esequiel Sánchez se sentía inquieto incluso desde antes de que despegara el vuelo de Durango hacia Ciudad de México a las 3:30 de la tarde. Había empezado a llover cuando el avión de pasajeros rodaba por la pista y las gotas caían cada vez con mayor fuerza.
Le sorprendió que el avión lograra despegar. “Sentía que iba a ser un vuelo turbulento”, dijo.
La aeronave empezó el ascenso y el padre Sánchez notó desde la ventana de su asiento, el 1D, que ya no había nada de visibilidad. Entonces el avión empezó a descender y los pasajeros a gritar.
El reverendo dijo que no estaba seguro si morirían todos a bordo, pero él decidió “preparase por si acaso”.
Rezó en silencio: “Señor, ayúdanos por favor. Y perdónanos, a todos los que estamos en el avión”.
Unos momentos después el avión golpeó contra la tierra, primero con la nariz.
Sin embargo, las 103 personas a bordo sobrevivieron: cuatro integrantes de la tripulación y 99 pasajeros, entre ellos dos menores de edad.
El vuelo 2431, un jet Embraer ERJ-190AR, se detuvo a casi trescientos metros del aeropuerto General Guadalupe Victoria.
Entre el humo y el olor ácido de combustible, la tripulación jaló las puertas de emergencia mientras otros escaparon por un agujero cerca de un ala. Sánchez, apodado el padre Zeke por su congregación, ayudó a un auxiliar de vuelo a escoltar a la gente hacia afuera del jet. Vio al piloto en el piso: estaba herido pero vivo.
“Si el avión hubiera sido más largo creo que no estaríamos hablando”, dijo vía telefónica mientras se alistaba para una intervención quirúrgica; le iban a instalar una placa de titanio en su brazo izquierdo debido a fracturas. “Si el avión hubiera ido más rápido, la cantidad de personas que salió con vida sería mucho menor. Entonces, sí, lo atribuyo a un milagro”.
Otro sobreviviente es Rudy Díaz, un mexicano-estadounidense de 36 años dueño de un camión que vive en Chicago y viajó a Durango para el bautizo de la hija de un amigo, Chris Korsch, quien también iba en el vuelo.
“Todavía no puedo creer que todos salimos vivos”, dijo Díaz, desde el vestíbulo de un hotel en Durango. “Nunca te imaginas que algo así te pueda suceder y que puedas vivir para contarlo. Gracias a Dios, que nos dio una segunda oportunidad y no dejó que voláramos más alto. De otro modo no estaríamos aquí”.
Díaz, quien iba en la fila 7 del avión, recuerda haber escuchado un fuerte estallido que provocó que el jet se sacudiera hacia arriba y hacia abajo. Se golpeó la cabeza con el fuselaje y, al ver que había llamas, se desabrochó el cinturón de prisa.
“Fue horrible, la gente gritaba y los niños pequeños estaban llorando; las mujeres mayores no podían caminar por el lodo y yo intentaba ayudar a que quedáramos lo más lejos posible del avión que ya estaba en llamas”, dijo Díaz. “El avión se estaba despedazando desde que despegamos; se escuchó el ‘bum’ y ya había partes sueltas”.
Cuando se le pregunta si está de acuerdo con aquellos que describen como un milagro el hecho de que todos hayan sobrevivido, Díaz dijo: “No sé si creía en los milagros antes, pero ahora claro que sí”.
La prima de Díaz, Ruby Rodriguez, de 37 años, quien también vive en Chicago, dijo que estaba segura de que iba a morir. Recuerda que gritó los nombres de sus tres hijos y declaró en voz alta que los amaba (ellos estaban en Chicago).
Pero después escuchó a alguien de la tripulación que les pedía a todos que corrieran y salieran del avión. Eso fue lo que hizo.
Rodriguez, una gestora de herencias que estaba en Durango para una reunión familiar, dijo el miércoles que pasó horas llorando e intentando lidiar con varias emociones distintas.
“Estoy triste de que ocurrió, de que hubo gente que vivió esa experiencia traumática, pero a la vez estoy muy feliz de estar viva”, dijo.
“Hace que aprecies más la vida y que pienses: ‘Sigo aquí, entonces ¿cuál es mi propósito?’. Te hace pensar en qué es realmente importante y qué ya no lo es”.
Rodriguez, como otros pasajeros, describió el despegue como “inusualmente inestable”. Estaba sentada en la parte de atrás del avión, cerca de los sanitarios.
En Durango, una ciudad del centro-norte de México, los habitantes dijeron que rezaban por la recuperación del piloto, Carlos Galván Meyran, de 38 años, quien sufrió heridas graves y la tarde del martes fue sometido a una operación cervical.
La intervención fue exitosa y Meyran está en recuperación, aunque los funcionarios locales dijeron el miércoles que su situación aún es delicada.
En redes sociales y en medios locales varios enaltecieron a Galván y su conducta “heroica” al considerar que sus maniobras previnieron una tragedia.
Los funcionarios locales dijeron que la causa de la caída fue una ráfaga inusual de viento que se azotó contra el jet y precipitó su caída, impulsándolo hacia la izquierda de la pista.
El padre Sánchez dijo que las condiciones climáticas parecían una microexplosión, una corriente intensa a pequeña escala producida por una torménta eléctrica o una lluvia. “Bajamos muy rápido”, dijo.
Aviation Safety, un sitio web que revisa los accidentes e incidentes aéreos, reportó que ambos motores se desprendieron durante el deslizamiento en tierra y que el avión se detuvo justo después de la parte asfaltada de la pista.
Aeroméxico, la aerolínea que operaba el vuelo, indicó en un comunicado que 64 de las 103 personas que fueron hospitalizadas ya habían salido. Fernando Ríos, vocero de la Secretaría de Salud de Durango, indicó que dos personas seguían en condición grave: el piloto y una niña de 8 años que sufrió quemaduras de segundo grado.
La empresa que fabrica el jet, Embraer, con sede en Brasil, dijo que envió a un grupo de técnicos para investigar el suceso.
El reverendo Sánchez, el cuarto de siete hijos nacidos de migrantes mexicanos en Chicago, fue ordenado en 1995. Celebró su cumpleaños número 50 el sábado pasado, con sus amigos y familiares, en La Purísima, de donde son oriundos sus padres en Durango. Dijo que estaba ansioso por regresar a su casa, en el suburbio Des Plaines de Chicago, donde es rector del Santuario Nuestra Señora de Guadalupe.Ese sitio, nombrado en honor de la Virgen María, es un destino muy popular para peregrinos de todo el mundo.
Antes de entrar a la sala de operaciones, el reverendo Sánchez, quien tenía un fuerte dolor de espalda y varios huesos fracturados, estuvo acompañado por su hermano menor Jaime. Ante la pregunta de qué dirá en su primera misa cuando regrese a Chicago, dijo: “Se los dije: hay que rezar con fervor. Uno nunca sabe”.